Jean-Luc Godard, evitando la confrontación cara a cara, se presenta como un fantasma cada dos viernes en casa de Ebrahim Golestan con sus mensajes compuestos por rebuscadas fórmulas y enigmáticos montajes de imágenes. Golestan responde, desarrollando sus argumentos a lo largo de varias páginas. Cada Robinson, dueño de su isla y de su lenguaje, sigue su camino singular en paralelos que parecen no cruzarse nunca, pero no sin señales de afecto recíproco: «Mi soledad reconoce la tuya», dice Jean-Luc Godard a su alter ego.
Desde el vasto castillo inglés hasta el minúsculo espacio de la casa de Rolle, dos soledades se enfrentan y se responden: La soledad asumida de Jean-Luc Godard, que oscila entre la revuelta y la melancolía, y la de Ebrahim Golestan, que opone una lúcida sabiduría a la necesidad del destino humano.
Jean-Luc Godard, avoiding the face-to-face confrontation, appears like a ghost every other Friday at Ebrahim Golestan’s house with his messages composed of obscure formulas and enigmatic image montages. Golestan replies, developing his arguments over several pages. Each Robinson, master of his own island and language, follows his singular path on parallels that seem never to cross, but not without signs of reciprocal affection: «My solitude recognises yours,» says Jean-Luc Godard to his alter ego.
From the vast English castle to the tiny space of the house in Rolle, two solitudes face each other and respond to each other: Jean-Luc Godard’s assumed solitude, oscillating between revolt and melancholy, and Ebrahim Golestan’s, opposing a lucid wisdom to the necessity of human destiny.
Jean-Luc Godard, evitando’l choque cara a cara, preséntase como una pantasma cada dos vienres en casa d’Ebrahim Golestan colos sos mensaxes compuestos por rebuscaes fórmules y enigmáticos montaxes d’imáxenes. Golestan respuende, desenvolviendo los sos argumentos a lo llargo de delles páxines. Cada Robinson, dueñu de la so islla y del so llinguaxe, sigue’l so camín singular en paralelos que paecen nun cruciase enxamás, pero non ensin señales de ciñu recíprocu: «La mio soledá reconoz la tuya», diz Jean-Luc Godard al so alter ego.
Dende’l pergrán castiellu inglés hasta’l minúsculu espaciu de la casa de Rolle, dos soledaes enfréntense y respuéndense: la soledá asumida de Jean-Luc Godard, allugada ente la revuelta y la murnia, y la d’Ebrahim Golestan, qu’opón una lúcida sabiduría a la necesidá del destín humanu.
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